J. A. Gómez de la Torre & M. N. Varas / Anales Cientícos 79 (2): 534 - 543 (2018)
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en base a tres dimensiones:
• “La desnutrición, que incluye la emaciación (un
peso insuciente respecto de la talla), el retraso del
crecimiento (una talla insuciente para la edad) y la
insuciencia ponderal (un peso insuciente para la
edad).
• Las carencias de micronutrientes (la falta de vitaminas o
minerales importantes) o el exceso de micronutrientes.
• El sobrepeso, la obesidad y las enfermedades no
transmisibles relacionadas con la alimentación como
las cardiopatías, la diabetes y algunos cánceres (OMS,
2018).”
La Desnutrición Crónica Infantil (DCI) ha sido uno de
los problemas más serios a los que el país se ha venido
enfrentando. Este mal ha sido considerado por múltiples
instituciones como uno de los principales causantes
que impide romper con el ciclo de la pobreza: limita el
crecimiento y desarrollo corporal, cognitivo, emocional y
social de las niñas y niños que sufren con este mal (Del
Pino et al., 2012).
En un texto elaborado por el Banco Internacional de
Reconstrucción y Fomento (IBRD por siglas en inglés
[parte del Grupo Banco Mundial]), dan cuenta del avance
logrado por el Perú en la lucha contra la malnutrición en
los últimos diez años (2006-2016). Según los autores del
texto, este avance se ha dado en varios frentes: 1) con los
padres de familia que tenían niñas y niños menores de 5
años; 2) con el personal de salud que atendía a estos padres
de familia en sus localidades – especialmente aquellos
situados en zonas rurales -; y 3) con actores políticos a
nivel nacional, regional, provincial y distrital.
Particularmente con los padres de familia, los autores
plantean que este grupo pensaba que sus hijos crecían bien,
cuando no lo estaban haciendo. A su vez, el texto sostiene
que el personal de salud no venía cumpliendo cabalmente
sus tareas para detener o erradicar la Desnutrición Crónica
Infantil (INEI, 2009). Finalmente, no había compromiso
político para luchar contra la DCI, evidenciando la falta de
un enfoque político sobre este mal. Manifestaron que para
comenzar a luchar contra la malnutrición, estos aspectos
tenían que cambiar. Hoy en día, logrados estos cambios, los
avances demuestran diferencias notorias en los indicadores
(Marini y Rokx, 2017).
El Ministerio de Salud (MINSA), por su parte, recopiló
sobre malnutrición (DCI, sobrepeso, anemia) información
entre el 2010 y 2016. Se construyó una secuencia histórica
de datos en donde el 23,2% de todos las niñas y niños (casi
uno de cada cuatro niñas y niños) del país sufrían de algún
tipo de desorden alimenticio para el 2010; para el 2014, se
había reducido a 14.6% del total. Esta información sostiene
lo propuesto por Marini y Rokx (2017).
No hay duda que, hasta ahora, muchas niñas y niños
en todo el territorio nacional siguen sufriendo de alguna
forma de malnutrición, en especial aquello relacionado a
la DCI. Si se añade, además, la situación sobre obesidad
y anemia, en niños y niñas menores de 5 años, hay que
reconocer la complejidad inherente al tema. Esta misma
complejidad justica la necesidad de continuar las
indagaciones sobre otros factores que inciden en sostener
y propagar la malnutrición.
El texto aquí elaborado plantea como objetivo ahondar
en la relación compleja y multidimensional que Del Pino
et al. (2012) mencionan en su libro sobre la malnutrición:
hay que entender estos problemas más allá de las meras
prácticas nutricionales que se desarrollan entre madre e
hijos (como sí lo establecen Marini y Rokx, 2017). Se parte
de la información recopilada en el trabajo de Gómez de la
Torre (2017) para profundizar esta relación, tomando en
consideración las tres premisas encontradas por el autor de
la tesis durante su estancia en la zona. A la par se maniesta
un cambio importante por parte de la población local: su
dieta ha sostenido un cambio, en tanto que los productos
que anteriormente usaban para alimentarse, hoy en día ya
no se cosechan.
2. Materiales y métodos
Durante los meses de febrero a agosto del 2015, se desarrolló
una serie de visitas, junto con una estancia prolongada
(de un mes), en la capital del distrito de San Andrés de
Tupicocha. Durante esta estancia, se participó en la vida
diaria de tres familias (dos dedicadas a actividades agrarias
y una pecuaria), para recopilar información etnográca
(Russell Bernard, 1995).
Durante cuatro días por familia, hubo un acompañamiento
en sus actividades productivas – primordialmente -, donde
se priorizaron aquellas actividades que tenían que ver con
el riego de sus terrenos en producción. A la par, y después
de estos 12 días de convivencia, se hicieron entrevistas
a autoridades locales de varias instituciones (comunidad
campesina, municipalidad distrital, gobernación). Se usó la
técnica de la observación participante, registrando lo vivido
mediante anotaciones en una libreta que el investigador
llevaba consigo.
También se realizaron observaciones no intrusivas,
anotando lo observado en cuadernos de campo y
registrando, al nal del día, un diario donde se detallaban
recuerdos de las interacciones que acontecían durante el
día (además de ideas o pensamientos considerados claves
por el investigador). Durante estas observaciones, también
surgía la posibilidad de conversar con personas que se
encontraba en ese lugar, a esa hora, dando pie a varios
episodios entretenidos e inesperados de interlocución.
Se realizaron un total de 10 entrevistas en profundidad;
una parte de ellas se efectuaron con miembros de las
familias con las que se convivió. Otras se hacían con
personas referidas por estas familias, ya sea porque eran
autoridades cuya pertinencia en el tema hacía necesario su
intervención en el estudio o porque el propio investigador
consideró necesario entrevistarles. Se grabaron las
entrevistas en una grabadora digital, no sin antes solicitar
el permiso de los entrevistados para hacerlo. En aquellos
casos donde no se dio este permiso, no se grabó el diálogo