Superstición y fantasía en «Gubi Amaya», de Juana Manuela Gorriti.
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Enero - Junio 2022
3. Contexto gótico e inserción de la leyenda
Según Tzvetan Todorov, lo fantástico es denido
como una vacilación o incertidumbre momentánea
en relación con las leyes que caracterizan y justican
nuestra realidad cotidiana y familiar. Cuando aparece
«un acontecimiento imposible de explicar por las
leyes de ese mismo mundo familiar» (Todorov,
1980, p. 24), estamos pisando el suelo movedizo de
lo fantástico. Así, lo fantástico como tal no puede
aparecer a lo largo de un relato, sino solo en algunos
momentos que van a poner en duda justamente
aquellos otros que se acepta convencionalmente
como «la realidad». En «Gubi Amaya», una vez
explicitada su estructura, nos sentimos más seguros
para ubicar esos momentos que podrían generar cierta
duda o vacilación, y si realmente las generan.
El inicio del relato es por demás interesante, puesto
que si bien se construye un escenario rural en el
atardecer, este se encuentra cargado de matices
agónicos (sol poniente), oscuros y en cierta medida
tenebrosos:
El cielo estaba oscurecido hacia el Este por densas
y tempestuosas nubes, incesantemente surcadas
por el rayo, y abrasando en el ocaso por los fuegos
del sol poniente. La electricidad agitaba las hojas
de los árboles, que se estremecían produciendo
un rumor sordo, semejante al lejano murmullo del
mar. (…) bandadas de pájaros de todos tamaños
y matices, rozando con su ala veloz las copas de
los árboles, huían de la tempestad que se acercaba
con lúgubre magestad (sic). (Gorriti, 1872, p.
109; nuestro resaltado)
Se va congurando así un escenario misterioso que va
a hallar su correlato en los sentimientos atribulados
de la narradora al llegar al territorio de su infancia y
al recordar el trágico destino de su parentela: «Cómo
expresar lo que pasaba en mi alma, mientras sola y a
pie atravesaba el bosque que en otro tiempo me vio
pasar entre aquella brillante familia que arrebatada del
suelo natal por la borrasca de un infortunio inaudito,
devorada en su or por la muerte…» (Gorriti, 1872,
pp. 109-110).
Se establece así una oposición entre la alegría/vida
de la niñez en el pasado y la tristeza/mortandad en
el presente. La narradora, en su estar atormentado
y temeroso, observa que el escenario parece ser el
mismo de su infancia, y que la única que ha cambiado
es ella. Es en ese momento que se inserta un elemento
clave y que vincula a «Gubi Amaya» con el desarrollo
de la narrativa gótica: el castillo como escenario de
lo misterioso.
Recordemos que la narrativa gótica, originaria de
Inglaterra en la segunda mitad del siglo XVIII, se
denomina así justamente porque sus escenarios van
a ser por lo general castillos y abadías medievales.
Este tipo de obra es la iniciadora de la literatura
de terror. Se inaugura con la novela El castillo de
Otranto (1765) de Horace Walpole. Sus ambientes
se identican con lo misterioso y fantástico: paisajes
sombríos, bosques tenebrosos, ruinas medievales
y castillos con sus respectivos sótanos, criptas y
pasadizos poblados de fantasmas, ruidos nocturnos,
cadenas, esqueletos y demonios. Igualmente, hay una
variedad de personajes: seres fascinantes, extraños
y extranjeros, así como muchachas en apuros. Hay
elementos exóticos -característicos del Medioevo- y
orientales, propios de la época.
Después de esta útil enumeración, podemos armar
que mucho de lo dicho, en mayor o menor medida,
va a aparecer en el relato que nos compete: «Enfrente
de mí, sobre la roca solitaria, alzábanse las ruinas del
castillo jesuítico, cuya venerable torre, intacta aún y
ennegrecida por los últimos rayos del sol, se dibujaba
en el tempestuoso horizonte» (Gorriti, 1872, p. 111).
Sin embargo, no creemos (y aquí nos centramos en la
propuesta de Todorov) que sea suciente la aparición
de un castillo o de elementos tenebrosos para la
consecución de lo fantástico. En ese sentido, lo gótico
se maniesta de manera interesante en este relato,
sobre todo alineado a la estética romántica por parte
de la autora -como se mencionó al inicio-, pero ello
servirá más bien para la conguración de un ambiente
propicio para la inserción de lo fantástico, si es que
esta se produce en realidad o si más bien se complejiza
el asunto con la inclusión de la superstición.
En las páginas iniciales del relato, la narradora evoca
una fantástica leyenda (así la denomina) a partir del
paisaje recuperado: la historia de María y Pascual,
dos pastores amantes que viven una relación idílica,
la cual es enturbiada por los celos del hombre, los
cuales, según observamos, hasta cierto punto son
justicados por la narradora:
Un día, al acercarse a su amada, que descansaba
a orilla de una fuente, creyó oír el ruido de una
persona que huía.
Quizá era un siervo que bajó a apagar su sed.
Mas Pascual tornóse sombrío y taciturno, y miró
a su querida con una mirada estrañamente (sic)
profunda, cual se quisiera alcanzar al fondo de su
alma. ¿Qué leyó en ella? ¡Los ojos de un amante
son muy certeros! (Gorriti, 1872, pp. 118-119)
Esta frase última nos inclina hacia una justicación de
los celos, por parte de la narradora, en Pascual, quien
lleva adelante una venganza impía: abandona una
noche a su amada en lo alto de un árbol. Asimismo, la
inclusión de la leyenda y lo sobrenatural se aprecia en
que, «cuando los primeros rayos de la aurora vinieron
a iluminar los bosques, encontraron el árbol desierto.
María había desaparecido. Desde entonces, al tender
la noche su triste manto, se oye siempre la voz
doliente de la joven que canta un nombre» (Gorriti,
1872, pp. 119-120).