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Barriga, T. (2022). Tierra Nuestra, 16(1), 60-67. DOI. https://doi.org/10.21704/rtn.v16i1.1919
Enero - Junio 2022
escuchan perezosamente, en las clases de la escuela
o la universidad, temas que inmediatamente olvidan;
se esconden en su habitaciones llenas de posters de
héroes, y viven como dormidos, sumergidos en sus
gustos musicales. Son jóvenes que despiertan en una
discoteca por la noche, donde se apiñan unos a otros,
y que existen como un cuerpo colectivo. Son jóvenes
que, a los treinta años, son adultos empobrecidos,
a los que todo les parece demasiado trabajo y están
atroados culturalmente.
Entonces, la necesidad de mostrar siempre cosas
nuevas genera que se produzcan contenidos cticios
que pierden contacto con la realidad. Mostrar
novedades todo el tiempo se vuelve una necesidad y,
por ello, lo novedoso pasa a ser valioso, así no sea
cierto:
…un hecho acontece sólo porque hay una cámara
que lo está rodando, y que, de otro modo, no
tendría lugar. El pseudo-acontecimiento es,
pues, un evento prefabricado para la televisión
y por la televisión. A veces esta fabricación está
justicada, pero aun así, no deja de ser algo
«falso» expuesto a serios abusos y fácilmente
queda como verdadera desinformación. (Sartori,
2001)
Esta visión pesimista de la inuencia de los medios y,
en especial, de la televisión, fue ampliada y teorizada
por Mario Vargas Llosa en La civilización del
espectáculo. En este libro, describió una civilización
basada en convertir toda información en un show de
entretenimiento, donde los límites de la cultura se
disuelven y todo se convierte en cultura, hasta lo más
vulgar e indeseable. Incluso la ciencia o el arte elevado
se difunden a través de los medios de comunicación
como entretenimiento sencillo y rápido. La actual
sociedad globalizada ha hecho de la cultura un evento
supercial y voluble, entretenimiento para un público
masivo (Vargas Llosa, 2012).
Como armó Javier (2021), en esta inédita
contemporaneidad, luego de una pandemia mundial,
la necesidad de reanudar y reforzar los lazos sociales
es de suma urgencia. En la actualidad, más cautivos
que nunca de un mundo virtual, estamos sometidos
a la tecnología y al discurso capitalista, el cual sigue
incitando al consumo ilimitado y a la desesperación
frenética por obtener lo material. Ello genera, a
largo plazo, un vacío en el ser humano. El tema de
la autoexplotación y la espectacularización de la
información y el conocimiento son más vigentes que
nunca.
El presente artículo tiene como n comparar
está forma apocalíptica de ver la sociedad con el
planteamiento del lósofo coreano Byung-Chul
Han, en cuanto a lo que él denomina «la sociedad
del cansancio». Este autor analiza la sociedad actual,
conformada por individuos agotados, frustrados
y deprimidos. De acuerdo con ello, se pretende
encontrar el hilo conductor de estas teorías, en las
cuales las consecuencias descritas por Han son el
resultado razonable de las narrativas de Sartori y
principalmente de Vargas Llosa.
2. La civilización del espectáculo
Vargas Llosa (2012) predijo una sociedad controlada
por los medios de comunicación, en la cual la
independencia de los individuos está limitada, ya que
estos promueven una forma de cultura homogénea y
valorada por ellos mismos. Nos dicen qué hacer, qué
comer, dónde divertirnos, qué comprar y hasta cómo
debemos ser, cuánto debemos pesar o qué debemos
aprender.
Se trata de una sociedad en la que la publicidad y las
modas determinan los productos culturales. Ello crea
individuos dependientes e incapaces de juzgar por
sí mismos qué les gusta o a quién admiran. En esta
situación, la cultura, en vez de liberar al individuo,
lo aborrega, y limita su lucidez y su libre albedrío
(Vargas Llosa, 2012).
La prioridad en esta civilización es el entretenimiento.
Eso hace que el conocimiento, la cultura y todo lo
demás sea valorado en función de que tan divertido
o gracioso se presenta. No obstante, como arma el
autor del libro, encumbrar el entretenimiento y el
pasarla bien como bien supremo tiene consecuencias
inesperadas: la banalización de la cultura, la
generalización de la frivolidad y, en el caso del
periodismo, la proliferación de la chismografía y el
escándalo por sobre los hechos objetivos (Vargas
Llosa, 2012).
Entonces, surge la siguiente pregunta: ¿qué han
hecho frente a esto los intelectuales? En realidad, no
hay mucho que hacer frente a una comunidad que
cada vez más ridiculiza lo profundo, menosprecia la
lectura y valora lo supercial. Es una sociedad que se
divierte con la ignorancia de los concursantes de un
reality, donde un político arma con orgullo que no
lee libros o un público lapida a los famosos riéndose
de sus errores y debilidades a través de memes virales.
Los académicos, conscientes de la disminuida imagen
a la que han sido reducidos, generalmente optan por
la discreción o la abstención en el debate público.
Limitados a su propia disciplina particular, dan la
espalda al compromiso cívico o moral del intelectual
con la sociedad. Pocos de ellos, los que logran
hacerse visibles en los medios de comunicación,
están encaminados «más a la autopromoción y el
exhibicionismo que a la defensa de un principio o un
valor. Porque, en la civilización del espectáculo, el
intelectual solo interesa si sigue el juego de moda y se
vuelve un bufón.» (Vargas Llosa, 2012, p. 46).
Finalmente, se observa que, para Vargas Llosa,
se ha creado una falsa realidad, una ilusión, una