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Calderón , C. Tierra Nuestra, 18(2), 128- 141. DOI. https://doi.org/10.21704/rtn.v18i2.1931
Julio - Diciembre 2024
Por otro lado, la Escuela Nacional de
Agricultura y Veterinaria (ENAV), hoy
Universidad Nacional Agraria La Molina,
creada en 1902, en el año 1959 se convirtió en
referente nacional. Entonces, se tomó en cuenta
su trayectoria y experiencia para la creación
de nuevas carreras de agronomía, como las
que ocurrirían en la Universidad Nacional
San Antonio Abad del Cusco y la Universidad
Nacional San Cristóbal de Huamanga.
Para comprender esa larga continuidad
colonial, se debe considerar la perspectiva
silenciada de los indígenas afectados por la
invasión española. Aquella Independencia,
declarada formalmente el 28 de julio de 1821,
no fue tal ni inclusiva para los indígenas, sino un
cambio de la forma de gobierno y alternancia de
personas, criollos, en el poder con mentalidad
renovada; o sea, ya como colonialidad. Se había
asumido una dependencia disimulada y necesaria
para cuidar la sobrevivencia de la matriz del
modo de vida inyectado por la Colonia, lo que
queda intacto hasta el presente. Por ello, para
tratar la trayectoria de la academia de agronomía
de la UNSAAC y de la UNSCH, ambas ubicadas
en regiones de alta densidad indígena quechua,
previamente, en los siguientes cinco párrafos,
hay que referirse al contexto internacional que
motivó la creación de la ENAV.
A la par que en Europa occidental se
estaban gestando las ciencias experimentales,
especialmente en los siglos XVII y XVIII,
corrían también, tal vez a mayor velocidad,
las aplicaciones tecnológicas que de ellas se
derivaban. Si los cientícos competían por
establecer la verdad universal de manera
«desinteresada»3, había también una incesante
actividad social práctica, que se dedicaba a
tomar los componentes de estos conocimientos
para el desarrollo de nuevas tecnologías que
incidieran en las actividades económicas, con
lo cual redituaban, a corto y mediano plazo,
benecios o riqueza privada a sus gestores.
3 Ese es el imaginario social que se tiene de la ciencia
experimental de los primeros siglos de su trayectoria. Aun
así, es difícil aceptar cómo es que una «cosa» desinteresada
avanzaba con fuerza, considerando que los experimentos
siempre tienen costos, y muchos de ellos muy altos. En
la lógica liberal, alguien debió asumirlos en términos de
obtener benecios privados o sociales en el futuro.
Esto llevó a Europa a un proceso de innovación
tecnológica transformacional denominado
Revolución Industrial por el historiador S. T.
Ashton (1973), que lo sitúa entre 1760 y 1830,
particularmente en Inglaterra.
La Revolución Industrial demandó mano de
obra fabril, lo cual brindó las posibilidades de
otra condición de vida, que indujo la migración
del campo a la ciudad. A su vez, la industria
naciente demandó insumos derivados de las
actividades agropecuarias, por ejemplo, la lana
para la industria textil, e igualmente alimentos.
Por otro lado, tanto las intermitencias de guerra
que Europa vivía, así como la representación
social de la agricultura como fuente de riqueza
económica, propugnada por la teoría económica
siocrática, pusieron en valor el surgimiento
de una eciente actividad agrícola de carácter
privado.
De este modo, luego de un buen avance de
las nuevas ciencias básicas naturales con sus
experimentos muy centrados en los elementos
de la agricultura y la vida animal (Wild,
1992), el desarrollo práctico de las nuevas
tecnologías agrícolas y el establecimiento de
diversas academias de la ciencia básica, la
sociedad europea da paso ocial a la creación
de las escuelas de agronomía. Así, se fundan
las primeras escuelas como la Academia de
Agronomía de Florencia, denominada Academia
dei Georgoli (1753); la Sociedad Real de la
Agricultura de París (1761); el Instituto de
Estudios Agrícolas de Morglin, en Alemania
(1810); las escuelas de estudios agrícolas
de Grignon (1848) y de Ruennes (1849), en
Francia; el Instituto Agrícola de Gembloux
(1860), en Bélgica, etc.
Por otra parte, en 1855, aún no tenía
aplicación agrícola el arado de vapor, pero a
partir de los siguientes años empezó a crecer.
Así, la Royal Agricultural Society, en 1867,
reportó que ya se usaba en 137 fundos, y, en
1871, su uso en Inglaterra había alcanzado un
crecimiento acelerado, a razón de 460 por año,
de modo que, para aquel año, ya existían 2000
arados. Del mismo modo, en 1882, Alemania
ya contaba con 836 fundos que utilizaban esta
máquina. A la par, también en Estados Unidos,