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Rojas, M.
Tierra Nuestra, 16(2), 123-134. DOI. https://doi.org/10.21704/rtn.v16i2.1939
Julio - Diciembre 2022
No obstante, hay una dicultad más que surge
en este punto: el problema del sentido, en tanto que
presuposición de la unidad de sentido. Ello surge por
un hecho claro e indiscutido: toda la hermenéutica
parte del presupuesto del sentido, lo que es pertinente
y no problemático, pero, además, presupone
una unidad de dicho sentido. Esto último es lo
problemático. Optar por el sentido o presuponer el
sentido no guarda grandes problemas como supuesto
fundamental, sino que, por el contrario, se muestra
como necesario para toda teoría del comprender o de
la interpretación de textos. El texto tiene que tener
sentido para poder ser comprendido, interpretado,
analizado, etc. “Optar por el sentido es, pues, el
supuesto más general de la hermenéutica” (Ricoeur,
2002a, p. 54) y de cualquier disciplina o teoría que
quiera hacerse cargo del texto, de su comprensión,
estructura y análisis. Hasta la deconstrucción supone
que el texto, su escritura anónima, tiene sentido.
El texto anónimo se transmite y comunica porque
participa de la dimensión del sentido, pese a que no se
agote en el mero transmitir dicho sentido (cf. Derrida,
1994a); para Derrida, aunque el texto, la escritura, se
caracterice por su comunicabilidad y transmisibilidad
anónima, por su difuminación del autor y del
destinatario, y pese a su radical autonomía, participa,
igualmente, de esta dimensión del sentido que está en
todo signo escrito en los márgenes del texto o en el
corpus del texto (cf. 1994a).
El salto que parece no estar justicado, a juicio
de algunos pensadores como Derrida o Barthes,
es sostener la unidad de sentido en el texto. Como
presuposición no tendría justicación ni sustento en
el texto, pues solo se partiría desde ahí como si fuera
algo evidente. Es más, armar una unidad de sentido
sería tanto como armar la unidad del sentido, lo cual
implicaría una serie de dicultades, siendo una de
ellas (la principal) el que una unidad del sentido no
daría cuenta del hecho del texto como un conjunto de
signos, palabras, que se caracterizan por su polisemia.
Así las cosas, la unidad del sentido se revelaría
como un articio que no está en el texto, que no se
sustenta en su virtualidad semántica. Por otra parte,
la unidad de sentido sería confrontada por el mismo
hecho: el texto no mostraría una unidad de sentido,
pues, en su virtualidad narrativa, no contemplaría
la univocidad de los signos; estos serían signos
polisémicos o referenciales, incluso marginales, todos
los cuales formarían una multiplicidad narrativa que
conguraría toda la virtualidad del texto. En otras
palabras, la presuposición de unidad de sentido en el
texto no estaría acorde con las condiciones y términos
propios del texto en cuanto texto, en tanto escritura,
palabra y signo (incluso silencio).
El hecho del texto, su factum, mostraría, en
cambio, otros indicios: «[…] la escritura instaura
sentido sin cesar, pero siempre acaba por evaporarlo:
procede a una exención sistemática del sentido»
(Barthes, 1987, p. 70). Por tanto, la dimensión del
sentido siempre está en la escritura, en el texto,
pero no sería extática o inmóvil, sino que sería
uctuante, uyente, devenir constante de sentido que
iría realizándose sin cesar, pero que, por su mismo
uctuar constante, no permanecería como unidad
quieta, no se cuadraría en un marco textual que
permita un descifrar el sentido. No habría unidad ni
inmovilidad, sino constante sentido cambiante, es
decir, pluralidad de sentido que iría actualizándose en
la escritura: la escritura sería plural, ya que el sentido
que instauraría sin cesar sería siempre evaporado,
diluido sistemáticamente por la escritura misma para
volver a ser instaurado nuevamente en el texto, pero
bajo otra forma, bajo otra virtualidad semántica,
armando constantemente una pluralidad de sentido
que se mostraría acorde con la pluralidad propia del
texto, tanto en su materialidad como en su virtualidad
semántica o signicativa.
La pluralidad del texto se mostraría al enfrentarse
al texto. El espacio del texto se podría recorrer, pero
no atravesar (cf. Barthes, 1987, p. 70), no se podría
abarcar el texto como unidad de sentido, sino que
solo se podría abordar como pluralidad de sentido,
que como tal se negaría a ser captado, atrapado y
descifrado, ya que no se podría descifrar lo que
muta, lo que no es uno, sino múltiple, ujo incesante.
Ante esta pluralidad del texto, aora rápidamente
la interrogante de si es plausible una hermenéutica
de la interpretación de los textos que permita su
comprensión, pues si la hermenéutica depende del
presupuesto de la unidad de sentido y del acceso
al sentido, parece deducirse que su plausibilidad es
trastocada, y que se vuelve implausible e irrealizable
su pretensión y ejecución. Además, ciertamente, todo
apunta hacia esa dirección. Ni siquiera el desarrollo
de la teoría hermenéutica del texto realizado por
Ricoeur superaría del todo esta dicultad.
6. Discusión y conclusiones
Que la pluralidad de sentido se presente bajo el
hecho incuestionable de la pluralidad del texto
queda medianamente evidenciado conforme a lo
expuesto en el apartado precedente. Por tanto, el
proceder hermenéutico de la interpretación solo
podría seguir efectuándose a partir de un cambio en
su presupuesto sobre el sentido; solo así podría seguir
siendo plausible una interpretación hermenéutica que
permita comprender el texto en su pluralidad. Otras
teorías o disciplinas como son la deconstrucción
(Derrida, 1994a; 1994b) o el análisis del relato
(Barthes,1987) han optado por este acomodarse a las
condiciones del texto. Ambas produjeron estrategias
de lectura que acogen la dicultad de la pluralidad de