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De La Cruz, R. (2023). Tierra Nuestra, 17(1), 55-69. DOI. https://doi.org/10.21704/rtn.v17i1.2004
Enero - Junio 2023
colonizadores europeos se valieron de las bulas
papales y de la gura de terra nullius (ausencia de
población o tierra vacía) para expropiar territorios
ocupados por los que ellos consideraban “salvajes” y
así colonizarlos. Además, bajo la consigna “sin indios
no hay Indias” se implantó la mita, la encomienda y
el yaconazgo, que fueron fachadas de explotación
y sometimiento de los PI para el benecio de las
empresas extractivistas, y devinieron en un genocidio/
etnocidio y en el surgimiento de diversos efectos
negativos para sus vidas (Anaya, 2005; Anaya, 2006;
Ballón, 2002; CEPAL, 2014; Chirif y Cornejo, 2009;
Espinosa, 2016; MINCU, 2014; Stavenhagen, 2006;
Zapata y Rojas, 2013).
Otro momento que muestra la continuidad de
la necropolítica fue la época de la explotación del
caucho en la Amazonia peruana entre nes del S. XIX
y comienzos del S. XX. Como parte de la expansión
capitalista emprendida por países extranjeros,
incluido el Perú, se desplegaron incursiones para
identicar recursos que deberían ser explotados,
entre los cuales el caucho era uno de los que tuvieron
mayor demanda. Sin embargo, para los PI, este
período implicó uno de los más violentos, ya que
bajo el patrón colonial/moderno (Quijano, 2014)
y del imaginario en el que los seres “no blancos”
son considerados inferiores y “salvajes”, fueron
sometidos a relaciones de explotación1 (CAAAP
e IWGIA, 2011; Chirif y Cornejo, 2009; Espinosa,
2016), tales como las de habilitación y enganche2, y
las correrías3 (Espinosa, 2022).
1 “Para los pueblos indígenas amazónicos la explotación
del caucho fue un proceso devastador por la manera como
fueron, literalmente, cazados para obligarlos a trabajar en
esa actividad, y torturados y asesinados cuando los capataces
de los campamentos caucheros consideraban que no habían
recogido suciente cantidad del producto. La ausencia del
Estado, la impunidad de la que gozaban esos capataces y su
sistema de ganancias, que consistía en un porcentaje de la
cantidad de gomas recolectadas, llevaron a que se desataran
las atrocidades que son narradas en éste y otros libros”
(CAAAP e IWGIA, 2011, p. 12).
2 Según Espinosa (2022) el sistema de habilitación y enganche
“consiste en mantener a los trabajadores endeudados
al cobrárseles la alimentación, alojamiento, transporte,
herramientas, etc.; así, cuando se les paga su sueldo o
salario, sus deudas superan sus ingresos y se ven obligados
a seguir trabajando, prácticamente, como esclavos. Este
sistema suele estar acompañado por prácticas de castigo y
vigilancia para evitar que los trabajadores escapen o dejen
de cumplir con las tareas asignadas. Al respecto, abundan
los testimonios de trabajadores del caucho castigados de
forma cruel, como el del indígena muinane cuyo nombre,
curiosamente, era Perú” (p. 70).
3 “Consistían en asaltos armados a lo largo de los ríos, con el
objetivo de capturar indígenas, sobre todo a mujeres, niños
y niñas, pues los varones adultos oponían mayor resistencia.
Y mientras los niños y jóvenes eran destinados al trabajo
de extracción del caucho, las mujeres eran utilizadas para
el trabajo doméstico y como esclavas sexuales” (Espinosa,
2022, p. 71).
Por ello, son relevantes las contribuciones
epistemológicas y artísticas de los PI. Así, en la
Figura 1, Yahuarcani muestra cómo se desplegó el
necropoder en los campos caucheros, con la falsa
premisa de civilizar y promover la bonanza. Es decir,
en estos espacios, la vida de los PI estuvo desprovista
de valor (Mbembe, 2011).
El conicto armado interno (CAI), suscitado
desde 1980 al 20004, también evidencia la persistencia
de la necropolítica. Según la CVR (2003), el CAI
ha sido un período violento de larga duración y con
un impacto funesto: se registró un total de 23,969
personas muertas o desaparecidas y se calculó un
estimado aproximado de 69,289 personas muertas.
Igualmente, se reportó que la violencia tuvo un rasgo
distintivo: fue masiva, pero selectiva en territorios
con marcadas desigualdades históricas, con lo cual
se denotó un “profundo desprecio racial y étnico” (p.
109). Por ello, las personas más afectadas procedían
de departamentos rurales y campesinos, con mayores
índices de pobreza (Ayacucho, Junín, Huánuco,
Huancavelica y Apurímac), y el 75% de fallecidos
correspondió a personas quechuahablantes o de otros
idiomas nativos.
Un caso emblemático durante el CAI fue el de
los pueblos asháninkas (ver Figura 2). Se calcula que
alrededor de 10 000 asháninkas fueron desplazados
de la selva central del país; 6000 se convirtieron en
víctimas mortales; 5000 fueron captadas por el PCP-
SL; y entre 30 a 40 comunidades asháninkas fueron
desaparecidas durante este proceso (CVR, 2003).
Al respecto5, Villasante (2014) expuso que, a pesar
de que estos pueblos se organizaron para resistir,
fueron afectados por masacres, desplazamientos,
reclutamiento de niños soldados y niñas esclavas
sexuales; e incluso se identicó el funcionamiento
de campos totalitarios senderistas, lo cual generó
múltiples secuelas.
Otro hito que visibiliza la continuidad de la
necropolítica ha sido la acentuación de los conictos
4 Es importante mencionar que, según la CVR (2003), el
origen del CAI estuvo relacionado con el accionar del
Partido Comunista Peruano Sendero Luminoso (PCP-SL) –
con una responsabilidad de casi el 54% de muertos– al iniciar
una guerra popular contra el Estado peruano; no obstante,
también existe una responsabilidad por parte de este –
especícamente a través de algunos agentes de las Fuerzas
Armadas y Policiales – al cometer graves violaciones a los
derechos humanos.
5 “Aunque el hecho sea casi desconocido en el Perú y en
el mundo, el PCP-SL logró instalar campos totalitarios, una
variante de los campos de concentración, en las alturas de
Ayacucho (Chungui y Oreja de Perro) y luego en los ríos Ene
y Tambo, donde al menos 7,000 ashaninka y nomatsiguenga,
así como cientos de colonos andinos, fallecieron de hambre,
de enfermedad o fueron asesinados luego de ser torturados y
mutilados. Este es el hecho de violencia más extremo que se
ha registrado en el Perú durante la guerra civil” (Villasante,
s.f., párr. 36).