El lector adolescente en Los inocentes de Oswaldo Reynoso
El lector adolescente en Los inocentes de Oswaldo Reynoso
DOI: https://doi.org/10.21704/rtn.v17i2.2042
© El autor. Este artículo es publicado por la revista Tierra Nuestra del Departamento Académico de Ciencias Humanas de
la Facultad de Economía y Planicación, Universidad Nacional Agraria La Molina. Este es un artículo de acceso abierto,
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Forma de citar el artículo: Aréstegui, C. (2023). El lector adolescente en Los inocentes de Oswaldo Reynoso. Tierra
Nuestra, 17(2), 132-144. https://doi.org/10.21704/rtn.v17i2.2042
Claudia Aréstegui Buscaglia1
1 Ponticia Universidad Católica del Perú, Lima, Perú.
* Autor de correspondencia: c.arestegui@pucp.edu.pe
* https://orcid.org/0009-0000-4162-2269
Recibido: 20/06/2023; Aceptado: 11/11/2023; Publicado: 30/12/2023
Resumen
Los inocentes es un libro de cuentos de realismo urbano publicado en 1961. Este se centra en cinco
adolescentes miembros de una «collera». El presente artículo busca responder cómo es el lector
adolescente y cómo se reeja en la obra en cuestión. Se plantea la hipótesis de que lo hace mediante
las particularidades del lenguaje literario del autor, así como en la profundización de los problemas
propios de la adolescencia y de la búsqueda de la identidad masculina.
Palabras clave: Realismo urbano, adolescencia, Literatura Infantil y Juvenil, lector adolescente
Abstract
Los inocentes is an urban realism storybook published in 1961. It focuses on ve teenage members of
a «collera». This article is based on the question of what the teenage reader is like and how he/she is
reected in the work in question, and it is hypothesized that he/she does so through the particularities
of Reynoso’s literary language, as well as in the deepening of the problems of adolescence and the
search for masculine identity.
Key words: urban realism, adolescence, children’s literature, teenage reader
Tierra Nuestra 17(2): 132-144 (2023)
Tierra Nuestra
ISSN 2519-738X (En línea), ISSN 1818-4103 (Impresa)
https://revistas.lamolina.edu.pe/index.php/tnu
ARTÍCULO ORIGINAL –RESEARCH ARTICLE
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Aréstegui, C. (2023). Tierra Nuestra, 17(2), 132-144. DOI. https://doi.org/10.21704/rtn.v17i2.2042
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1. Introducción
Los inocentes (1961) de Oswaldo Reynoso
(Arequipa, 1931-Lima, 2016) es un breve libro
de cuentos de realismo urbano que se concentra
en cinco amigos de una misma pandilla: Cara
de Ángel, El Príncipe, Carambola, Colorete y El
Rosquita. Cada uno de los cinco cuentos gira en
torno a cada uno de los amigos, cuyos nombres
dan título a los relatos.
Los inocentes es una obra que se considera
un hito en la literatura peruana que, sin
embargo, no se ha estudiado tanto como otras
obras u otros autores peruanos; tampoco lo
ha sido la obra de Reynoso, a pesar de ser un
autor leído en la secundaria desde hace ya
un tiempo. Lo que podemos armar es que
parte de su importancia recae en que retrató a
un sector de la juventud limeña de una manera
que no se había hecho antes. El uso del lenguaje
soez y de la jerga, propio de esa juventud, fue,
quizás, el aspecto más relevante de la obra, pues
mediante el lenguaje se logró un retrato más el
de los protagonistas. Ya desde hace un tiempo,
pero sobre todo en este siglo, Los inocentes ha
cobrado mayor relevancia entre los jóvenes y
adultos jóvenes. Ha sido adaptado tres veces: en
el cortometraje «El Príncipe» (dirigido por Pili
Flores Guerra), parte de la película coral Cuentos
inmorales (1978); para la obra de teatro Los
inocentes: retratos de collera (producida por el
colectivo Teatro Pendiente y dirigida por Sami
Zamalloa, se estrenó en el 2018 y ha seguido
girando por el Perú, inclusive, en el 2023), y en
la película homónima rodada en 2022 y dirigida
por Germán Tejada (en postproducción). El
interés por sacar la historia del formato impreso
y llevarla a otros medios es una prueba clara de
su importancia, la cual crece con el pasar de los
años.
Los cinco amigos y el resto de la collera son
adolescentes que se encuentran en el tránsito de
la pubertad a la adolescencia y, en una sociedad
machista como Lima, buscan su identidad a
través de su masculinidad. De esa manera, se van
alejando de su hogar, de sus responsabilidades
familiares, de su identidad de niños y, así, se
acercan a comportamientos considerados más
extremos, como la delincuencia y el coqueteo
con la homosexualidad. En este tránsito, es
como si se desprendieran de una piel, la del
infante inocente, y se vistieran con un nuevo
traje de adulto; sin embargo, la esencia inocente
permanece en el fondo.
Teniendo en cuenta lo mencionado líneas
arriba, el presente artículo se plantea la pregunta:
¿qué entendemos como lector adolescente y
cómo se desarrolla este en Los inocentes de
Oswaldo Reynoso? Al ser, el lector adolescente,
una categoría que se emplea para analizar la
recepción de una obra, se parte de la hipótesis
de que el lector adolescente se reeja en el libro
en cuestión mediante las particularidades del
lenguaje literario, matizado con expresiones del
habla coloquial, así como en la profundización
de los problemas propios de la adolescencia y de
la búsqueda de la identidad masculina.
Al acercarnos a la recepción de la literatura
infantil y juvenil, dice Arizpe (2019), estamos
frente a los signicados que el texto ofrece al
lector, pero también a cómo este se aproxima a la
lectura, aproximación que estará condicionada a
sus experiencias de vida: «nos referimos a las
estructuras afectivas y cognitivas intrínsecas
al acto de la lectura» (p. 43). Mediante Los
inocentes, el lector se adentra en el mundo
ccional de los jóvenes de la época y, así,
parafraseando a Izquierdo Ríos (como se citó en
Eslava, 2017), conoce el escenario social de la
Lima de la época, «el drama humano de nuestro
pueblo, sin falsicaciones ni edulcorantes»
(p. 57). Esto irá en línea con el estudio que
Mariátegui (1928) hace de la literatura peruana,
en el que la toma como un fenómeno social
que debe entablar un diálogo con el contexto.
Así, para el presente artículo, se analizará al
lector adolescente de Los inocentes a partir del
contexto en el que fue publicada la obra. Para
ello, se realizará un breve análisis del lenguaje
del libro, que mezcla habla culta con habla
vulgar y lenguaje prosaico con el poético. Luego,
se versará sobre los personajes adolescentes y
su construcción de la masculinidad por medio
de los estereotipos y mandatos de género; el
machismo; la rebeldía y el estiramiento de los
límites, y la oposición a lo femenino. Previo
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a ello, se realizará una aproximación al lector
adolescente y, posteriormente, se reexionará
sobre Los inocentes como una lectura para
adolescentes.
2. El lector adolescente
Según Schon y Corona (1996), es literatura
toda obra que llena un espacio de juego, que
satisface «necesidades no pragmáticas» (p. 4);
es aquella que vuelve a su lector activo y que,
en el proceso de desciframiento del texto, activa
la mecánica del pensamiento. Es, a diferencia
del texto pragmático, la obra a la que se regresa,
y que ofrece «sentimientos y respuestas que no
habíamos encontrado antes» (p. 5). Existe una
estética que rige las obras literarias, pero las
autoras resaltan también el carácter lúdico de
la obra literaria (el juego no como oposición
a lo serio, a la obligación o al trabajo, sino
como un encuentro de la libertad y la norma,
del placer individual con el social). Con la
literatura, el lector conoce tanto el mundo que
lo rodea como su propio mundo interno, a partir
de una historia central que resulta de la síntesis
de un acontecimiento que, previamente y para
plasmarlo en obra literaria, ha sido aumentado
y resaltado. Enzo Petrini (1981) sigue por esa
línea cuando menciona que literatura es todo
aquello «escrito con valor artístico y juzgado
como tal por la fuerza de la inspiración poética y
por su conciencia de estilo» (p. 58), y ensancha
el concepto al terreno de la literatura infantil
y juvenil (en adelante, LIJ), incluyendo a los
«escritos dedicados de intento a la infancia
y a la adolescencia y por ello caracterizados
de tal modo que pueden formar una familia
independiente» (p. 58), criticando la concepción
de la LIJ como el conjunto de producciones
escolares y de carácter discursivo. Existe una
gran diversidad de literatura dedicada a niños y
adolescentes que, además, tiene valor artístico,
poético, estético.
Podemos enlazar estas ideas de la literatura
y de la literatura para niños y jóvenes con lo
propuesto por Cervera (1992), quien plantea que
podemos hablar de LIJ como tal solo a partir del
siglo XVIII, cuando se empieza a considerar
al niño no solo como un adulto en miniatura,
sino se le trata en su calidad de infante. Con
la modernidad se reconoce a la infancia como
una etapa separada del resto, con sus propias
características, necesidades, potencialidades y
limitaciones. Así, complementa, Perrault sería
el precursor de la LIJ, pero no deben tomarse
como literatura los libros con carácter didáctico.
Apunta Petrini (1981) que, para considerar un
libro para niños y adolescentes como literatura,
«no basta con que deleite y empuje hacia el
bien, sino que también debe ser capaz de exaltar
el sentimiento y la fantasía, de anar el gusto;
debe ser, en suma, obra de arte» (p. 69).
Entra aquí a tallar el horizonte de experiencias
del lector y su encuentro con las expectativas de
la obra (Jauss, 1989). Esta fusión de horizontes
estará en función de las competencias del
lector: su capacidad para distinguir las voces
en el relato; su vocabulario (¿el lector moderno
entiende o puede interpretar el lenguaje que se
usa en un texto como Los inocentes?), en n, sus
competencias literarias, las cuales se construyen
sobre la base de sus experiencias. Sin embargo,
no deberíamos cuestionarnos demasiado por
la dicultad que podría experimentar el lector
al descifrar algunas palabras pues, como dice
Colomer (2010), existen otros aspectos más
importantes para tener en cuenta a la hora de la
lectura, como «la riqueza, precisión y calidad de
las imágenes del lenguaje utilizado, atendiendo
a la “paleta de colores” de un texto» (p. 193).
Una gran fuente de aprendizaje del vocabulario
es la lectura, por lo que, al toparse con palabras
desconocidas, el joven será capaz de extraer
su signicado del contexto. Vemos, entonces,
que el lenguaje servirá como vehículo de las
emociones que quiere compartir el texto, pero
también es el sostén principal del retrato de los
jóvenes adolescentes que ahí se realiza.
Si bien estamos en un escenario realista,
Lima de la década de 1960, tanto los
protagonistas como los personajes secundarios
son personajes de cción que parten de una
posibilidad en el mundo real. Tal como arma
Doležel (1988) «es un individuo posible, que
habita en el mundo ccional de la obra», en este
caso, de Reynoso. La Lima de Los inocentes
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recrea la Lima real de la época, que abre innitas
posibilidades, innitos mundos posibles, en
palabras de Doležel. Estos personajes y esta
Lima —los objetos ccionales— se derivan de
la realidad, son «representaciones de entidades
realmente existentes» (p. 69). En este caso, un
particular ccional (cada uno de los personajes,
por ejemplo) representa un universal real (los
jóvenes limeños de la época). Los personajes
y los escenarios son posibles, sin dejar de ser
cción. Así, se retrata a un adolescente de la
época que podría ser casi cualquiera, bajo una
serie de temáticas más bien universales que
aparecen en ese periodo de la vida.
El Diccionario de la Lengua Española
(Real Academia Española, 2014), dene a la
adolescencia como el «período de la vida humana
que sigue a la niñez y precede a la juventud».
El término proviene del latín adolescens,
que signica «joven» y adolescere, «crecer»
(Hernández, 2011). No se le debe, entonces,
como se ha hecho comúnmente, vincular al
término «adolecer» o a la idea de la falta de
algo, sino verlo en su concepción original, que,
además, lleva implícito un proceso, el de crecer.
La adolescencia es un periodo de vulnerabilidad
y fragilidad por los cambios que durante ella se
experimentan. Marc Soriano, por otro lado, la
dene como «el estadio de las contradicciones»
(2001, p. 52), en tanto existe una lucha entre
la maduración y el despertar sexual con la
censura social; el conicto entre sentirse adultos
y niños a la vez; la búsqueda y la negación de
una exploración de experiencias homosexuales;
los roles y estereotipos de género; la crítica a
la sociedad y a los padres, en n, una etapa
de «fragilidad afectiva» (p. 53) que no es del
todo atendida, precisamente por tratarse de una
etapa volátil y contradictoria. A pesar de ello,
la adolescencia es una etapa de descubrimiento,
«el deseo, el amor, los otros y uno mismo, la
música y la poesía, el peso de la historia y la
evolución de las mentalidades, el pasado y el
porvenir, el patrimonio y la búsqueda» (p. 54)
son temas comunes a los adolescentes y que, al
incorporarse en la literatura, pueden satisfacer
sus necesidades sentimentales (Croce, como se
citó en Petrini, 1981). Continúa Petrini (citando
a Santucci) resaltando que no bastará entonces
con escribir bien para agradar a los niños, pues
será necesario crearse un estilo especial, con un
lenguaje propio, una sintaxis única que pueda
acomodarse a la realidad del niño (p. 79) o, en el
caso que nos compete, del adolescente. Pareciera
que Reynoso se hubiera inspirado en esta
denición del joven para crear a los personajes
de Los inocentes, pues son precisamente esas
características las más resaltantes y las que los
llevan a realizar las acciones que dan a conocer
los relatos.
La competencia del lector infantil y
juvenil puede y debe ser desarrollada a partir
de una comprensión de sus potencialidades,
necesidades e intereses (esto, tomando en
cuenta el lector modelo que se propone en Eco,
1993), pues la comunicación no se da sola y
únicamente en una dimensión lingüística, sino
también en una dimensión semiótica, en la
que el lector relacionará una serie de signos
que se complementarán (Eco, 1993). Si el
lector competente es análogo al lector modelo,
lector implícito, o lector ideal, no deberíamos
verlo como algo estático en el caso del lector
juvenil, pues está en constante formación, y su
competencia se convierte en algo sumamente
cambiante y que se enriquece en cada momento.
Si el lector infantil y adolescente se
“preocupa más del juego que del signicado”
(Cervera, 1992, p. 44), podemos extender ese
horizonte de expectativas y de experiencias
que propone Jauss (1989) a las formas —la
rima, el verso, el ritmo, el juego en general— y
plantear que por ahí se generará la identicación
del joven lector con el texto. La LIJ activa la
competencia de comprensión lectora del
usuario. Así, al momento de ser concebida, se
dirige a un lector con ciertas características de
literacidad, intereses, necesidades, etc.
3. Lenguaje y personajes en Los inocentes
Reynoso escribió Los inocentes en 1959. Era
presidente Manuel Prado Ugarteche, cuyo
gobierno sucedió al “Ochenio” de Odría.
Durante la década previa, se había impulsado un
fuerte gasto en obras públicas, lo cual se tradujo
en la construcción de puentes, hoteles, edicios
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de viviendas, grandes unidades escolares y
universidades nacionales, así como edicios
públicos. Sin embargo, el gobierno de Prado
estuvo marcado por una fuerte crisis económica,
cuya solución fue la implementación de
políticas económicas de corte liberal, que
produjeron el descontento de la población.
Asimismo, estamos frente a una época de fuertes
migraciones del campo a la ciudad, lo cual tuvo
como consecuencia la creación de las barriadas
populares y un crecimiento de la pobreza
urbana. En este contexto social es que Reynoso
escribe este breve pero signicativo libro de
relatos, cuyos protagonistas, como el lector a
quien se dirige, son adolescentes. Por medio de
las historias de la collera, el autor arequipeño
realiza un retrato de los adolescentes de la
época, ayudado no solo en sus vivencias, sino
también en el lenguaje, aspecto fundamental y
punto fuerte de la obra de Reynoso.
Teresa Colomer (2010) identica, entre las
funciones de la literatura infantil y juvenil, el
desarrollo del lenguaje a través de los distintos
recursos literarios. El joven lector aprende
una gran cantidad de palabras mediante la
lectura, pero también tendrá la oportunidad
de profundizar en el lenguaje y aprender a
interpretar la carga connotativa de las palabras.
Los inocentes es un buen ejemplo para entender
cómo se puede combinar forma y fondo para
obtener un libro que puede ser leído muchas
veces, y en el que se pueden encontrar múltiples
signicados. El autor combina el lenguaje
poético con el lenguaje vulgar para retratar a
sus protagonistas. De esa manera, encontramos
que el lenguaje poético está más asociado a
monólogos internos de los personajes, mientras
que el lenguaje vulgar se utiliza en los diálogos.
Todo ello, versus el lenguaje prosaico y culto
del narrador.
Al momento de explicar los aspectos que
dotan de literariedad a una obra, Culler (2004)
se detiene en el uso del lenguaje: «La literatura
es un lenguaje que trae “a primer plano” el
propio lenguaje; lo rarica, nos lo lanza a la
cara diciendo “¡Mírame! ¡Soy lenguaje!”, para
que no olvidemos que estamos ante un lenguaje
conformado de forma extraña» (p. 40). De
plano, Los inocentes arranca de esa manera:
sacándonos de la normalidad del lenguaje en
prosa o de una narración lineal a la que el lector
común está acostumbrado, para ofrecernos, en
primera instancia, un lenguaje poético, en el que
se difuminan los límites entre la realidad y la
imaginación, entre los estímulos externos y sus
respuestas físicas y mentales, emocionales: «“El
semáforo es caramelo de menta: exquisita menta.
Ahora, rojo: bola de billar suspendida en el
aire”» (Reynoso, s.f., p. 9). «Finísimos alleres
hierven en los pies: hormigueo bullicioso» (p.
27). Mediante la metáfora, el lector rescata el
mundo interior de los protagonistas: jóvenes
abrumados por la adolescencia y su propia
fragilidad. Nos lleva, con el lenguaje, al
pensamiento etéreo, en donde se mezclan lo
que se ve y lo que se siente: el semáforo no es
tal, es una bola de billar; la arena caliente de la
playa es una innidad de alleres que atacan.
Los estímulos se vuelven sensoriales y sonoros.
La uctuación entre lenguaje poético y en prosa
nos transporta, nos eleva y nos suspende en la
atmósfera de quien todo lo siente y lo procesa,
el adolescente con sus conictos internos. Así,
la exploración metafórica de lo sensorial puede
ser un elemento clave dentro de una estética
literaria juvenil. Mediante el lenguaje poético, el
autor plantea una oportunidad para el receptor,
pues le presenta una puerta para adentrarse ya
no en los datos o acciones que presenta la obra,
sino en el terreno de lo signicativo (Cervera,
1992). De esta manera, según Vásquez (2002),
se seduce y desafía al lector, y se le plantea
una oportunidad de diálogo en la que el joven
podrá interpretar lo escrito de diferentes modos.
Parafraseando a Cervera, la autora dice: «la
obra comunica, connota y oculta mensajes.
Provoca al lector y hace crecer en él la intriga,
lo lleva a la búsqueda de lo implícito, de
lo que la obra no dice literalmente y que es
necesario descubrir e interrogarse» (p. 11).
En Los inocentes, la metáfora y, en general, el
lenguaje poético, se utiliza sobre todo cuando
se reproducen los pensamientos de los jóvenes
protagonistas. De esa manera, conduce al lector
desde una propuesta en la que él tiene el poder
de interpretación.
«No hay lengua literaria de verdad si no
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logra el equilibrio entre los dos extremos de lo
culto y lo popular, que es siempre lo novedoso»
dice Ramón Trujillo (como se citó en Portilla,
2016, p. 33), y es algo que sucede en el libro
en cuestión. No solo Reynoso es capaz de
plasmar una radiografía del habla adolescente
de la época, sino que muchos de los términos
que utilizó tanto en Los inocentes como en
En Octubre no hay milagros (1965) han sido
incorporados a diccionarios de peruanismos, al
diccionario de la Real Academia Española y al
Diccionario de Americanismos (Portilla, 2016).
Entonces, se demuestra ese «manejo especial del
lenguaje» que menciona Culler (2004, p. 41),
esa capacidad que tiene para llamar la atención
del lector, no necesariamente acostumbrado al
uso de un lenguaje tan, aparentemente, poco
literario, pues, a lo largo de la lectura, «estamos
dispuestos a prestar atención a cómo se organizan
los sonidos y otros elementos del lenguaje que
generalmente nos pasan inadvertidos» (p. 41),
o que, agregaría, generalmente rechazaríamos,
como es el uso de jergas y expresiones vulgares:
«¡Pucha si estaba bobo! (…) se necesitaba
ser muy gil para encontrar así un For y no
choreárselo. (…) me fui, despacito nomás, para
que el tombo no se diera cuenta» (p. 30)1. Es en
el uso del lenguaje coloquial, vulgar y soez que
Reynoso logra cerrar el retrato del adolescente
protagonista de su libro: «De pronto, sin que
nadies se diera cuenta este negro’emierda
comenzó a tocar gemelas» (p. 24). Si bien este
no es un rasgo único de Reynoso (Arguedas
con Yawar Fiesta y Alegría con Los perros
hambrientos, por mencionar a un par de obras
peruanas, lo habían hecho ya), la reproducción
fonética del habla popular colabora en esta
construcción del lenguaje único del autor, el cual
es una combinación de los diferentes niveles. Ya
dijo Piglia que «hay que hacer en el lenguaje un
lugar para que el otro pueda hablar» (como se
citó en Carrión, 2017, párr. 5), cosa que sucede
múltiples veces en Los inocentes.
Aquí, los diferentes niveles del lenguaje
están integrados para crear los retratos de los
protagonistas del libro y de la realidad en la que
viven. La manera en la que Reynoso organiza
1 Las cursivas son mías.
el lenguaje, «sonido y sentido (…) organización
gramatical y la estructura temática» (Culler,
2004, p. 41) es fundamental para alcanzar lo
que el libro nos ofrece: el retrato, la fotografía
de la Lima de la época y de sus personajes. Las
imágenes que se evocan mediante el lenguaje
—que mezcla e integra poesía y prosa— y las
distintas voces que intervienen bastan para que
dichas imágenes se materialicen en las mentes
de los lectores. Son «creaciones nuevas sobre
los viejos pilares del signicado de las palabras,
cuya capacidad expresiva es innita» (Trujillo
como se citó en Portilla, 2016, p. 33). Así, el
narrador se caracteriza por su lenguaje culto,
salpicado de algunas jergas propias de la época;
los diálogos de los personajes reproducen su
forma particular de hablar, mezcla de habla
culta, soez y coloquial, y los pensamientos de
los protagonistas mezclan el lenguaje vulgar
con el poético:
esta noche voy a México y no tendré miedo
y el viejo si insiste un poco más casi me
lleva da asco con viejo pero la camisa roja
bonita Colorete es cochino con Yoni tal vez
quince días que no me lo toco (…) Gilda
en roca cara sol Yoni mar en cine fruna en
mar roca roca en tumbo cara roca mar mar
marmarmarmarmar amar amar amaaaar. (p.
14).
Teresa Colomer (2010) también menciona,
entre las funciones de la literatura infantil y
juvenil, que esta permita al lector acceder al
imaginario colectivo de la sociedad y hacer
una representación del mundo que sirva como
instrumento de socialización (p. 15). El mundo
de Los inocentes, de los personajes, sus historias,
sus dudas, sus luchas y sus deseos se materializa
a través del uso del lenguaje, de los saltos de
voz y temporales, por ejemplo, algunos de ellos
claramente establecidos por marcas en el texto,
como fechas (a modo de entrada de diario), o
paréntesis:
Mientras el auxiliar López escribía
cuidadoso, el Príncipe se mordía las uñas y
seguía atento el vuelo de una mosca, que por
n salió por la ventana.
—¿Qué hiciste después del robo, ah?
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(Rapidito me fui a casa de Alicia. Silbé.
Salió. Y estaba bien rica: ojerosa y con olor a
cama sucia que arrechaba (…) No hay caso,
estoy sufrido por ella. Templado hasta la
remaceta) (pp. 31-32).
Tres voces en un breve fragmento del
libro: la del narrador, en tercera persona; la voz
del comisario cedida por el narrador en discurso
directo, delimitada por la raya; y la del Príncipe,
delimitada por los paréntesis en una especie de
discurso indirecto libre, pero con la marca que
guía al lector.
Las dos líneas de lenguaje presentes en
Los inocentes, uno culto en el narrador y otro
vulgar, pero literaturizado (Eslava, 2005),
marcan la búsqueda de la estética en el lenguaje
en el autor arequipeño. Luego de publicada la
primera edición del libro, José María Arguedas
escribió una reseña en el suplemento “El
Dominical” del diario El Comercio elogiando al
libro, la cual tituló “Un narrador para un nuevo
mundo” (Placencia, 2022). En dicho texto, «El
Tayta» resalta que Reynoso ha creado un estilo
nuevo, que mezcla alta poesía y jerga vulgar,
«reforzándose, iluminándose» (Arguedas, como
se citó en Eslava, 2008). El lenguaje culto del
narrador tiene un claro interés estético. En el
otro, el de los personajes, Reynoso se inspira
en el poeta Jean Genet, quien mezclaba el
lenguaje vulgar con el poético para retratar
a sus personajes, generalmente delincuentes
o personas de ambientes marginales. Es de
esta manera que se plantea una literatura
«miticadora, porque convierte al delincuente
en héroe» («Jean Genet», 2023). Reynoso ofrece
esa visión del lenguaje, rescatando poesía del
lenguaje vulgar, llegando a la esencia misma del
lenguaje. La musicalidad que la inclusión de la
poesía aporta a la narración genera otro ritmo y
otra forma de involucrarse con la historia. Como
un signo cualquiera, transformado por la poesía,
«es solo el detonante de muchos y distintos
sentimientos» (Schon y Corona, 1996, p.82). En
su carácter antididáctico y antimoralizante (p.
83), la poesía permite varias lecturas del texto,
en las que cada lector «reinventa, transforma o
amplía las palabras cada vez que lee» (p. 85). Se
posibilita una narración con ritmos diferentes, lo
cual dinamiza la lectura y se acerca al receptor
juvenil.
Sobre la construcción del lector adolescente
a partir de Los inocentes, ello se delimita más
en la construcción del adolescente varón. Para
nes del análisis, se toma la construcción de la
masculinidad como vehículo hacia la madurez
ideal; así, vemos que esta se construye en
función de los estereotipos o mandatos de
género que rigen a los personajes; el machismo;
la rebeldía y el estiramiento de los límites, y la
oposición a lo femenino. Si bien, seguramente,
podríamos realizar un análisis mucho más
profundo, hemos decidido optar por estos cuatro
subtemas para ejemplicar cómo se construye el
retrato el adolescente en este libro.
La obra gira en torno a la collera, grupo de
amigos de una quinta del Cercado de Lima.
Cinco cuentos componen la unidad: «Cara
de Ángel», «El Príncipe», «Carambola»,
«Colorete» y «El Rosquita», cada uno de los
cuales desarrolla a los personajes que les dan
título. Mediante perles, escenas con diálogos
que los personajes protagonizan, y lo que otros
dicen de ellos, se componen las personalidades
de estos cinco amigos. Además, durante los
relatos se menciona a otros personajes tanto
masculinos como femeninos, todos los cuales
participan de la construcción de la identidad de
estos adolescentes, cuyas edades uctúan entre
los 15 y 17 años aproximadamente.
En Los inocentes, la masculinidad se
construye a partir de sus estereotipos negativos:
el carácter colérico, la homofobia, la rebeldía,
el irrespeto a la autoridad. Reynoso se aleja
del cliché y presenta estos temas desde una
comprensión de cómo esos comportamientos
esperados o estereotipados eran casi la norma
entre algunos adolescentes. Cara de Ángel se
encuentra frente a una vitrina que exhibe una
camisa roja. A su lado, un hombre mayor no
deja de mirarlo. Él, coqueto, pero marcando
distancia, le sigue la conversación para al nal
rechazarlo. Durante ese fragmento podemos
conocer un poco más del joven y de cómo se
concibe como hombre, desde su masculinidad
actual y desde la ideal: «El color rojo de la
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Aréstegui, C. (2023). Tierra Nuestra, 17(2), 132-144. DOI. https://doi.org/10.21704/rtn.v17i2.2042
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camisa haría resaltar la palidez de mi rostro.
Estoy ojeroso: mejor. Tengo el cabello crecido:
mucho mejor» (p. 9), o «metió las manos en
los bolsillos y quedó más hombre que nunca»
(p. 11). Sin embargo, conocemos que a Cara
de Ángel le preocupa no ser lo sucientemente
hombre según los estándares de la sociedad en
la que vive:
Siempre he sido un tonto. Siempre he
querido ser hombre. Pero siempre he
fracasado. Tengo miedo de ser cobarde. A
los soldados —no dónde lo he leído—,
antes de la batalla les dan pisco con pólvora
para que sean valientes. En lugar de pólvora,
que no puedo conseguir, como fósforos y
sigo siendo cobarde, sin embargo. Si uno
quiere tener amigos y gilas hay que ser
valiente, pendejo. Hay que saber fumar,
chupar, jugar, robar, faltar al colegio, sacar
plata a maricones y acostarse con putas. He
intentado de todo y siempre me quedo a la
mitad, ¿será porque soy cobarde? (p. 11).
Este fragmento resume muy bien cómo se ve
la masculinidad en el libro, como una situación
extrema, en la que hay que ser malo y tener
comportamientos también extremos. Así, si
uno no es capaz de involucrarse en este tipo de
acciones, se siente que fracasa como varón. En
la segunda parte del relato, Cara de Ángel, quien
acaba de enfrentarse a golpes con Colorete, es
retado a una partida de dados: «Vas a jugar
conmigo, conmigo, y quien pierde se la corre,
aquí mismo» (p. 17). Ante las atentas miradas de
sus compañeros, Cara de Ángel se masturba y,
nalmente «queda solo echado en el pasto. Los
árboles recortan en pedazos el cielo nublado,
caluroso, sucio, sucio, sucio» (p. 18).
El Príncipe está en la comisaría por robo.
El retrato del personaje lo vemos desde el
fragmento del periódico y desde lo que se dice
de él en la peluquería. En el diario, lo acusan
de «rocanrolero» y, en la comisaría, el joven
se muestra pícaro y evasivo, retador de la
autoridad, al dar su declaración con el policía
a cargo. Vemos, entonces, esa rebeldía propia
de la adolescencia, sobre todo en los varones.
Si los adultos por un lado critican al joven y,
por otro, se preocupan por él y por la situación
de la adolescencia, los amigos celebran su delito
y se envuelven en una conversación en donde
se enorgullecen de las veces que también han
salido en el periódico o han ido presos. Vemos,
entonces, que el comportamiento delictivo es
una forma de marcar su identidad masculina, un
comportamiento casi ineludible que, al tener la
oportunidad, no debe desperdiciarse:
Cuando ya regresaba a mi casa, al cruzar la
Avenida Tacna, vi un For. ¡Pucha si estaba
bobo!: lo habían dejado con la llave en
el motor y con las ventanas abiertas. Se
necesitaba ser muy gil para encontrar así un
For y no choreárselo (p. 30).
Además, vemos también la poca
responsabilidad que tiene el adolescente al
justicar sus comportamientos, como al nal
del relato, cuando El Príncipe acepta «sí, soy
un cojudo» (p. 33), pero por culpa de otros. Por
culpa de Alicia, quien lo rechazó; por culpa de
Dora, quien lo acusó, y por culpa de Manos
Voladoras, quien lo apodó: «Siempre con la
misma vaina, eres un Príncipe, eres un Príncipe.
¿Y cómo, en la Ciudad de los Reyes, un Príncipe
sin auto y sin plata?» (p. 33).
Los cuentos de Carambola y Colorete
ambos tratan sobre el amor romántico, pero
también sobre el desempeño sexual. Carambola
le pide consejo al Choro Plantado sobre cómo
comportarse y qué precauciones tomar cuando
tenga relaciones sexuales con Alicia, quien es
virgen. Los adolescentes de Los inocentes han
tenido experiencias sexuales con prostitutas,
pero el temor de «desvirgar» a una joven y
que algo pueda salir mal es real. Por otro lado,
Colorete va a la esta de Juanita con un regalo
y decidido a declararse, pero esta lo rechaza
antes de que pueda decirle nada. Vemos aquí
la preocupación del varón adolescente por
terminar de denir su masculinidad mediante
el sexo y las relaciones afectivas con mujeres.
Surge la pregunta de si consiguieran estar con
las chicas a las que pretenden, cómo retrataría
Reynoso esas relaciones. Quizás, concibió a sus
personajes para que estuvieran destinados al
fracaso.
El lector adolescente en Los inocentes de Oswaldo Reynoso
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Finalmente, el último cuento, “El Rosquita”,
es el más atípico, sobre todo por cuestiones
discursivas. Pero también presenta a un
personaje que termina encarnando la inocencia,
y las contradicciones que ella trae en una etapa
como la adolescencia. El narrador realiza un
perl del personaje: «es cliente empedernido
de billares, de cantinas, de lugares prohibidos
(…), de comisarías. (…) tiene que poner cara
de “maldito”, (…) torcer los ojos, fumar como
vicioso, hablar groserías (…). Pero todo para
nada. Hay algo que lo denuncia como menor de
edad» (p. 45). Finalmente, el narrador se dirige
a él, y resalta su inocencia, sus ocurrencias, su
«palomillada», pero también su tristeza y su
constante búsqueda de su lugar en el mundo.
Encontramos, una vez más, esa dicotomía a la
que se enfrentan los adolescentes en la búsqueda
de la adultez, la cual viene cargada de mandatos
de género, pero también mandatos sociales:
las reglas de la calle te obligan a ser «malo», a
cometer delitos, a diferenciarte de la autoridad
para romper con el orden establecido.
El machismo como construcción de la
identidad masculina es un tema presente en
todos los cuentos, tanto como lo está en la Lima
que retrata Reynoso. El adolescente, tanto el
protagonista del libro como el lector, se enfrenta
a una sociedad en donde se espera que la mujer
cumpla con ciertos roles, y al hombre se le
adjudican ciertas actitudes y comportamientos.
Recordemos que estamos en el Perú de 1959: la
mujer había obtenido el derecho a voto recién
en 1955, derecho que ejerció por primera vez
en las elecciones de 1956. Asimismo, los
amigos de la collera pertenecen, si no a una
clase baja, a una clase media-baja, y tienen
que enfrentarse al contexto, así como a sus
propias inseguridades. Estamos hablando de
un contexto de barrio marginal o semimarginal,
con falta de oportunidades laborales, educación
de baja calidad, se enfrentan a los peligros de
la calle, vienen de hogares monoparentales, etc.
Así, el machismo es parte de su día a día y hasta
de la construcción de su identidad. Entonces,
Reynoso retrata esta situación en su libro, mas
no de manera romántica o como el ideal del
varón. Dice el autor en entrevista con Jorge
Eslava (2005):
Lo que sucede es que en el Perú hay una